viernes, 30 de marzo de 2012

Capítulo 1 – Detroit. Una huida y un comienzo.


Son las seis de la tarde y estoy realmente aburrido. Llevo en esta estúpida habitación cuatro horas y comienzo a volverme loco –más aún si cabe-. En efecto, estoy castigado, pero esta vez prometo que no ha sido culpa mía. Verán, suelo tener la culpa de la mayoría de cosas, sea queriendo o no. Recuerdo que una vez, cuando tenía nueve años, en un cumpleaños, le di mi taza de chocolate caliente a uno de los niños, resultó ser alérgico y se lo llevaron al hospital de inmediato. La madre empezó a gritar realmente enfadada, cuando no había sido culpa mía, en absoluto. Yo no tenía la culpa de que un crío de cuarto curso desconociera a qué alimentos era alérgico, solo quise compartir. Sin maldad.
Pero no sé por qué, ese tipo de cosas me pasan a menudo. Con esto quiero decirles, que no siempre soy malo, de hecho intento no serlo casi nunca, pero todo se turba y me acabo comiendo yo solo el marrón.
Esta vez ha ocurrido algo similar al chocolate caliente…

Recuerdo bien aquellas navidades, fueron las primeras navidades que pasé fuera de casa y quizás sean las culpables de que yo ahora me encuentre aquí, o quizás no. Como ya les he dicho, desde luego que jamás he sido un buen chico, o al menos eso es lo que me llevan tatuando en la frente  desde que tengo consciencia. Yo, estaba en Detroit, en uno de los varios internados a los que mi padre me manda al año para “reafirmar mi conducta, y volverme un hombre de bien”, en definitiva: para no verme la cara ni en pintura. Era mi segundo internado en lo poco que iba de curso, había superado mi propio récord personal, así que me di un pequeño parón e intenté por una vez no causar problemas. No me gustaba en absoluto Detroit, los muchachos eran unos necios, pero como sus padres tenían dinero, se creían los reyes del mundo, y eso es algo que admiro de mí, porque no me ocurre. Solo me creo el rey del mundo, en las ocasiones en las que de verdad lo soy, no siempre. Soy un muchacho bastante nervioso e impulsivo, y en cuanto se me pasa una idea por la cabeza, necesito realizarla ipso-facto, solo eso.

Estaba leyendo la novela que había escrito un antiguo periodista de un estúpido programa de prensa rosa, Javier Jorge. Lo conocí el verano pasado en una playa de Barcelona, cuando mi familia y yo fuimos de vacaciones a España, es un buen tipo. Sin duda, de mayor me gustaría ser como Rubén, el protagonista. ¡No folla ni nada el muy hijoputa!

Cuando alcé la cabeza, reconocí a mi compañero de habitación haciendo un grafiti en la pared, sí, Arthur, el típico tío empollón y soberbio que te mira a través de sus gafas de pasta para hablar y no para de quejarse por minucias, estaba nada menos que haciendo una pintada en la pared, sumamente concentrado. La curiosidad, como es normal me pudo, y sin mediar palabra me levanté del cómodo sillón de cuero marrón, con aires vacilantes y sonrisa medio tonta para acércame a él, sonrisa la cual se borró al comprobar que escribía mi nombre. Arqueé una ceja, mirándolo fijamente unos segundos, a la espera de que terminara su obra, él me miró, encogió los hombros y me tendió el bote de pintura, así, sin más.

-         No aguanto más contigo aquí, mi coeficiente intelectual no está capacitado para tanto desorden, tanta demencia y vagancia junta, lo siento, Jenkins, otra vez será –me espetó muy serio y se tumbó con rectitud en la silla a leer uno de esos libros que con solo mirarlos te entra dolor de cabeza.

Bobby, que así se llamaba el chico de la habitación contigua, entró de repente y al ver la pintada y el bote en mis manos estalló en una sonora carcajada de loco, me frotó varias veces el pelo, para después darme un breve abrazo sin dejar de reír mientras negaba.

-         Estás loco, Kyle, estás loco… no conozco a nadie como tú… ¡qué grande eres, jodido! –me dio dos palmaditas en la mejilla y se fue tan campante, caminando con las piernas semi abiertas como si llevara algo metido en el trasero.
Hay que decir que no es un mal tío, suele conseguirme marihuana a buen precio y para echarse unas risas está bien, pero en el momento en el que comienzas a hablarle de algún tema importante, se descojona y sigue a lo suyo. No es muy popular por estos lares, porque no hace caso a nada, va a su rollo. Podría tener a más de un par de chorbas a su disposición pero se niega en rotundo, solo fuma, de cuando en vez bebe cerveza, y ya. Todos creen que es asexual, aunque yo escucho como se la menea por las noches cuando Jerry, su compañero de habitación, se va a casa.
Yo seguía atónito, como es normal, y es que todo eso estaba sucediendo demasiado rápido para lo que mi mente me dejaba pensar. El señor Butler no tardó en aparecer, de hecho sus fuertes pisadas se sentían a kilómetros. Es un antiguo militar frustrado, que se metió a vigilante de los pasillos del internado para saciar su hambre voraz y poder mandar sobre otros, ¡y vaya si lo hacía! Yo no moví un músculo. Su cara se tornó a un color rojizo al ver la pared, y la vena de su cuello se hinchaba poco a poco, agarró con auge mi brazo y me llevó casi a rastras por el pasillo, camino al despacho del director. Ni abrí la boca. ¿De qué me iba a servir? Arthur, no había dado un solo problema en dos años, y yo en un mes ya había incumplido todas las reglas habidas y por haber, desde estupideces como no hacer los deberes o suspender más asignaturas de las oficialmente permitidas, hasta fumar en los lavabos, pelearme con vehemencia cuando llevo razón o blasfemar en clase. También me habían pillado en un par de ocasiones medio desnudo en los lavabos femeninos mientras Erica me hacía una mamada. Oh, sí, Erica… un fenómeno la tía.
¿Qué iba a decir a mi favor? ¿Que el marginado social de Arthur había pintado la pared solo para que me echaran de allí y poder quedarse con la habitación entera para él? No me hubieran creído. Soy una persona luchadora generalmente, pero cuando sé que voy a perder la batalla, ya no lucho, es tontería.

Y allí estaba yo, sin comerlo ni beberlo sentado en una fría y antigua silla marrón cobre, ante un enorme escritorio repleto de documentos, escuchando como el director, el señor Henderson me sermoneaba con vehemencia, mientras Butler  no hacía más que asentir a sus palabras con seriedad, quieto como una estatua como si fuera un guardaespaldas, con las manos detrás de la espalda, contento y orgulloso por haber sido él quien me pillara cometiendo semejante crimen.
-         Te hemos dado miles de oportunidades, Jenkins… he querido que entraras en razón, he intentado ver en ti más allá, e intentar creer que no eres un mal chico… –comentaba ahora en voz suave, nostálgico, como si fuéramos amigos de toda la vida. Se levantó y tomó asiento a mi lado, pasándome la mano por la espalda, atrayéndome a él mientras negaba con la mirada perdida-. He intentado desdeñar tu historial y centrarme únicamente en pensar que eres un buen… tío –aquí dudó varios segundos, como si intentara buscar la palabra adecuada en su vocabulario para tratar con un chico de quince años-. Creía que éramos amigos… –dijo. Y mis sospechas no fueron más que confirmadas, era el típico enrollado.

Yo me limitaba a mirarlo con una expresión aburrida en el rostro y a asentir de cuando en vez, sin demasiado interés.
-         Pero visto lo visto… –suspiró-. Tendremos que telefonear a tu padre. Otra vez.

Maldito estúpido. ¿No somos tan amigos? ¡Pues páselo por alto y cállese de una vez, Henderson! Eso fue lo que le quise decir en aquel momento, pero obviamente no lo hice. Tenía un día bastante educado, y además todavía seguía en estado de shock, se lo prometo.

Ni esperó mi respuesta, ni siquiera me miró, descolgó su teléfono fijo y marcó el número con elegancia. Juro que hasta se lo sabía de memoria, y es normal, en el último mes había llamado más veces a mi casa que a la suya propia. Por lo que pude escuchar, mi padre le dijo que tomaran ellos mismos las medidas oportunas, que tenían total libertad para hacerlo. Qué novedad. Sin ironías. Mi padre, es un hombre alto, de complexión fuerte, con el pelo ligeramente rubio, en sus épocas de joven tiene cierto parecido con el actor Cam Gigandet trajeado. Aun así, tiene un temperamento de perros. No sé bien si su carácter es así, o si solo es conmigo de esa manera, la verdad. Posee un carácter severo, serio y estricto la mayor parte del tiempo. Solo sonríe en cuatro ocasiones: cuando ve a su único hermano, Martin, el cual es Sargento y suele viajar lejos a menudo, cuando está con mi madre, la única persona en el mundo que puede calmarlo, cuando está con mi hermana Christine, la niña de sus ojos, o cuando las acciones de su empresa suben. Y, como pueden ver, yo no entro en ninguno de los puntos, y por lo tanto a penas lo he visto sonreír de una manera sincera, que no fuese irónica.

Mi padre, en cualquier otro internado, hubiera aceptado con resignación la expulsión, me hubiera ido a buscar al aeropuerto de Heathrow, en Londres, mi ciudad natal y mantendría el silencio durante todo el camino. Al llegar a casa se sentaría en su despacho con un café bien caliente y cargado entre las manos, tamborileando los dedos de manera odiosa contra la mesa, se frotaría la cabeza mientras negaba y sonreía sarcásticamente para finalmente meterme una buena bronca, de esas que hacen que se te corte el habla. Me llamaría desgraciado, diría que no merezco su apellido y demás pamplina que yo intento que no me afecten demasiado.
Aun así yo, cretino como de costumbre, me habría intentado excusar con alguna estúpida evasiva, y al ver que no me creía, me habría puesto a gritar como un tarado de impotencia, él me habría dado una buena bofetada y a la semana siguiente estaría en un avión, camino a sabe Dios qué país. Pero esta vez no, y eso debo reconocer que me inquietó.

El señor Butler, me llevó a una de las habitaciones que había en el piso de arriba de todo en las que se daban clases voluntarias de refuerzo por las noches. A ser sinceros, yo nunca las había pisado. Ya tenía bastante con los múltiples castigos y reprimendas, como para tener que estar en mi tiempo libre ahí encerrado. Ni de coña. Estaba enfadadísimo, no sabía qué tipo de medidas iban a tomar contra mí, lo único que tenía claro es que tenían completa libertad para hacer lo que quisieran, y quiero ser franco con ustedes, y reconocer que estaba ciertamente angustiado. Butler, me mandó escribir una redacción con el título “El comportamiento adecuado”, en un mínimo de mil palabras. Estaba chalado el tío. Me puso un tocho de folios delante de mis narices y un bolígrafo negro, asegurando que estaríamos allí el tiempo que fuera necesario. Protesté. No me gustan los bolígrafos negros, me traen mala suerte. El primer examen que suspendí en mi vida estaba escrito en negro, y sinceramente, sin que les sirva de precedente, creo que es el culpable de que yo ahora mismo sea un necio en los estudios. Butler, se mantuvo firme y se negó a cambiármelo, decía que estaba harto de mis pamplinas. Menudo estúpido. Tras más de media hora contando las baldosas del suelo, resignado, comencé a escribir. Todavía estaba rabioso.

“El comportamiento adecuado”
Cuando una persona no para de recibir reprimendas, se vuelve un inadaptado social. A menudo. Yo me salvo.
Cuando un ser machaca la autoestima ajena, se siente poderoso. Puede. Usted.
Cuando alguien alza la voz, suele creerse superior. A veces. Sí.
Cuando un chico comete una falta, se le tacha de malo. Siempre. Excepto a Arthur.
Cuando un profesor castiga, está en lo cierto. Dicen. Mentira.
No creo que exista ningún comportamiento más adecuado que otro. Ni siquiera creo que la educación exista. Todos os basáis en rangos sociales y a mi, me suda las pelotas. Algún día, volveremos a vernos las caras. Y les aseguro que mi comportamiento será igual de adecuado que el de ustedes ahora. Se lo prometo.
Fin.

No debí de haber escrito eso. Aun así, desde el momento en el que le entregué el papel medio arrugado y semi roto, hasta ahora, no me arrepiento, nunca me arrepiento de nada. Soy un trastornado. Butler se enfadó, dudo que entendiera lo que pretendía decirle, él solo vio una clara amenaza de muerte y aseguró al director que yo tenía en mente pincharle las ruedas de su deportivo. ¿Qué? ¿Perdone? ¿De qué jodido cuento mitológico se ha escapado usted, Butler? El Señor Henderson hizo gala de su nula personalidad y sin dignarse ni a leer mi redacción golpeó con fuerza la mesa.

-         Se acabó. No pienso tolerar esta falta de civismo en mi centro. Es usted un chalado, Jenkins. No me entra en la cabeza que persista en seguir comportándose de esa manera, y por eso, y tras mucho deliberar… creo que ya tengo en mente el castigo que se merece –y entonces se calló, mirando con fijeza el gran cuadro que había en medio de su despacho, al lado de la bandera de Estados Unidos, donde estaba bordado el lema del colegio, “Llegan niños, salen hombres y mujeres hechos y derechos. Sin excepción”, Y yo era la excepción que confirmaba la regla, y eso le jodía. Era un lema bastante estúpido a mi punto de ver, pero él parecía orgulloso y no iba a ser yo quien le quitara la ilusión.

En ese momento llegó un fax, y él sonrió de manera viciosa. Creo que el tío es un poco pervertido, disfruta más con una autorización paterna firmada que con un buen revolcón. Incluso me atrevería a afirmarles que los colecciona y todo. Este era de mi padre. Ni corto ni perezoso, sin pensárselo ni consultarlo de alguna manera con mamá, daba su plena autorización para que me quedara allí las Navidades. Mi cara empalideció.

Las Navidades, siempre han sido mi época favorita del año. No se crean que soy un tío moñas ni nada, pero el ambiente en casa suele ser agradable, y aunque todo el mundo está con prisas derrochando todos sus ahorros, yo me lo paso en grande. La casa está exageradamente adornada y suenan absurdos villancicos, los cuales temía echar de menos. Elphie, nuestra asistenta desde que mi hermano mayor nació, cocina comidas de estas que hacen que no puedas ni levantarte de la mesa por lo que te pesa la tripa. Se pasa el día haciendo dulces, y de hecho es la única temporada del año que mi padre permite tal cosa, incluso disfruta. Mi abuelo, viene desde Liverpool para quedarse un par de semanas en casa, y es el mejor hombre que conozco, sin duda. Posee un porte y una valentía impropias de su edad y aun así me comprende. Hace un par de años, estuve viviendo una temporada en su casa y estaba realmente cómodo, incluso aprobaba todo e iba a clases de piano y violín sin rechistar. Veíamos el fútbol los sábados con patatas fritas y chucherías e íbamos a menudo al centro comercial. No se confundan, es un hombre bastante taciturno y un Doctor muy respetado, pero sabe corresponder. Yo lo quiero mucho, y apuesto a que él a mi también. Menudo desgraciado de hijo le tocó al pobre. Al final, me tuve que ir de su casa, porque la prensa no paraba de publicar cosas del estilo a: “Hugo Jenkins prefiere desentenderse de su hijo por los múltiples problemas que ocasiona”, después, también había mentiras, soeces y grandes mentiras, “Hugo Jenkins ha dado la custodia de Kyle al abuelo de éste”, “Hugo Jenkins ha fallecido. Cada hijo se ha ido a vivir con un familiar cercano” y mil tonterías más. Como a mi padre le importa más lo que pueda decir la prensa que mi felicidad, y ya me habían expulsado de la mayoría de colegios privados de Londres, comencé, a disgusto, mis visitas por diferentes internados, principalmente por Estados Unidos. No sé por qué en ese país, supongo que por su lejanía, ya que así tardo más en volver y esas cosas.

¡Se me había olvidado comentárselo! Mi padre, posee un número considerable de empresas por casi todo el país, está forrado el hombre y se codea con gente bastante importante, debe de ser por eso que no para de salir en las revistas del corazón. Mamá, es diseñadora de moda, tiene su propia marca, aunque a ella no se le ha subido tanto la fama a la cabeza. Aunque un poco sí. Sea como sea, los carroñeros periodistas siempre me tienen en algún titular, supongo que no encajo del todo en la familia. Aunque yo, prefiero tomármelo con filosofía y cuando lo veo, en vez de mosquearme, solo río y aseguro, “mi nombre debe de ser la polla, porque siempre está en boca de putas”. Ese refrán me lo enseñó mi hermano Lucas, que es cinco años mayor que yo, es un tío enrollado y nos entendemos bastante bien, es un casanova de primeras, se lo juro. Cuando nos vamos de vacaciones, y estamos tomando algo en una taberna, cenando o tan solo paseando, él ya ha conseguido el número de al menos tres chicas, es un don juan que enamora a las féminas con sus alocados rizos color negro azabache. Todo lo contrario a Damien, mi hermano mayor, nos llevamos siete años y si no fuera porque se ha sacado la carrera de empresariales con matrícula, diría que soy yo más inteligente que él. Es súper tímido. Creo que ser tan cohibido llega a ser enfermizo. Se pasa el día en su cuarto leyendo o escuchando música antigua en un tocadiscos que mi abuelo le regaló hace un par de Otoños. Todos creemos que es gay porque se le nota a las leguas, pero él lo niega, supongo que para no defraudar a mi padre y todas esas cosas. También le van mucho las apariencias y blablablá. Y, por último, está Christine. Solo es dos años menor que yo, pero es brillante. Yo no se lo digo mucho, es más, suelo meterme demasiado con ella, porque cuando se enfada hincha los pómulos como una niña pequeña y tengo que hacerle cosquillas para que se vuelva a reír. La quiero de verdad. Aunque eso solo ocurre desde hace poco, ¡antes le tenía unos celos infinitos! Pasé de ser el pequeño, gracioso y adorable Kyle a ser el hijo pesado que solo trae disgustos a casa.

Pero, como les iba diciendo… mis Navidades tenían pinta de ser desastrosas. En la mayoría de internados caros, por vacaciones solo se quedan dos tipos de personas: los típicos empollones que seguramente tienen una familia disfuncional y se sienten más resguardados encerrados entre cuatro paredes y los gordos. No les miento. Hay programas para chavales con sobrepeso en este tipo de colegios, y sus padres se avergüenzan tanto de ellos que prefieren mantenerlos meses, incluso años encerrados fuera de casa hasta que su tipo sea medianamente normal. Sin importarles sus sentimientos. Les parecerá gracioso, pero a mi no me hace ni pizca de gracia. Generalmente, estos chicos se pasan solos los recreos y cuando te acercas a ellos para charlar te meten una fuerte patada en la espinilla que hace que no puedas caminar con normalidad en tres días. Son los típicos matones con una fuerte rabia interna que solo la comida consigue saciar. Y se preguntarán como sé yo todas estas cosas, y es que lo he vivido en carne y hueso. Mi primo, Christopher, tiene mi misma edad, y desde que soy consciente, cada vez que le sacaba su bolsa de patatas o le decía algo que no le hacía demasiada gracia se me tiraba encima. Una vez, cuando cumplí ocho años me rompió dos costillas y me pasé la tarde de mi octavo cumpleaños en el hospital. Y quizás esto hizo que las pocas ganas que tenía yo de pasar allí las Navidades fueran disminuyendo a una velocidad asombrosa.

No protesté, no grité, no contradije Es más, ni abrí la boca. Subí a mi cuarto repleto de resignación y cerré la puerta de un sonoro portazo. Arthur, mi compañero, estuvo a punto de quejarse, visiblemente molesto, preguntándose seguramente por qué narices seguía ahí y no estaba ya de camino al aeropuerto, pero al ver la cara que traía, guardó silencio. Es un tío bastante cobarde a ser sinceros. Me tiré en cama boca abajo y cerré los ojos con fuerza, no quería llorar, no me gusta hacerlo. Pero sí me sentía desdichado. Quería creer que era una broma, que no iba a pasar las Navidades en aquel antro de mala muerte alejado de mi familia y amigos, pero una parte de mí, sabía que no estaba en lo cierto. Bobby, abrió la puerta de la habitación con esa sonrisa radiante que le caracteriza, es un tío muy alegre, y eso, cuando estás encerrado, siempre viene bien. Apuró el paso y se tiró en plancha encima de mí, en la cama de abajo. Arthur continuaba leyendo, sin ni apartar la vista del libro con aires de superioridad.

-         ¡Mañana es el gran día, jodido! –exclamó con un tono de felicidad casi pegadizo y se acomodó a mi lado, apoyando el codo cómicamente en la almohada mientras me mostraba un papel ciertamente arrugado, cosa propia al haber caído en sus manos-. ¡Por fin me han dado el permiso! –prosiguió-. ¿Recuerdas cuando Butler decía que con mi inmadurez no me iban a dejar en la vida bajar al centro? ¡Pues se equivocaba! La señorita Trout lleva toda la semana encantada con mi comportamiento, se lo ha comunicado a dirección y…. ¡tachan! –aquí, hizo una imitación bastante ridícula con la boca, simulando ser un tambor. En este internado, como en la mayoría que pisé, si tu comportamiento es adecuado, te dejan salir los viernes después de comer al centro de la ciudad sin vigilancia. Te largan a las tres de la tarde en el mismo punto fijo de siempre, y a las siete tienes que estar ahí mismo, de vuelta. Puedes ir al centro comercial, comer en un Burger, ver una película en el cine, o incluso comprar maría, que era lo que hacían los de último curso cada vez que iban, y después nos la vendían al resto casi el doble de cara. No son listos ni nada los cabrones.

No me lo podía creer. Yo llevaba pidiendo el maldito permiso un mes entero sin éxito, tan pronto como me enteré de su existencia, y a él, a la primera vez que se le pasa por la cabeza hacerlo después de un año aquí aprisionado se lo conceden, así sin más. Primero me enfadé y ciertamente le tuve envidia, y no de la sana precisamente. Pero después, una brillante idea cruzó mi cabeza como un flash, como una estrella fugaz o sabe Dios qué. Era mi salvador. Una sonrisa embobada llenó mi cara y Bobby debió percatarse de tal cosa porque cuando me quise dar cuenta, yo estaba absorto en mis pensamientos y él dándome toques en el hombro con pesadez.
-         ¿Qué quieres a cambio de ese papel, Bobby? –pregunté sin más rodeos. Suelo ir al grano. A él se le borró parcialmente la sonrisa y negó.
-         No… no lo vendo –tartamudeó
-         Claro que lo vendes, -insistí, tenía un don de negocios bastante fuerte, seguramente heredado. Me levanté y di un par de voltios por la habitación, creo que estaba alegre.- ¿Para qué quieres tú ese pase, qué piensas hacer tú solo en Detroit tantas horas? Vamos, dime, dime –dije. Él se quedó mirándome en silencio, sin que ninguna respuesta productiva saliera de su boca.
-         Pero… ¡es mío! –un puchero se formó en su boca. A veces, Bobby, era sumamente infantil. Arthur chistó mosqueado un par de veces, parecía ser que nuestro ruido incordiaba su lectura, pero yo lo ignoré por completo, para variar. Necesitaba ese papel-. Además, –prosiguió-. Aunque te lo diera… no podrías subirte al autobús, te iban a reconocer, no nos parecemos demasiado. La melena te delata –ahí llevaba razón. Yo en aquel entonces tenía el pelo ciertamente largo, me recaía por las orejas y la frente, además al ser de color rubio, llamaba fuertemente la atención. Él lo llevaba rapado, pues su color natural era el pelirrojo y no parecía demasiado orgulloso de él, por lo tanto siempre se rapaba casi al cero. Cuando lo ves por primera vez, te da una mala imagen, al principio crees que es un skinhead de esos, pero cuando habla, tan inocente, piensas que tiene algún tipo de cáncer y sientes lástima. Pero no es ninguna de las dos, solo complejo.
-         De eso me encargo yo, Bobby, amigo, de verdad… –volví a sentarme en la cama, intentando hablar con voz suave-. Tú solo dime lo que quieres a cambio.
-         Tu camiseta de la suerte –no era listo ni nada el tío. Esa camiseta roja me la había traído mi hermano Damien de la universidad de Canadá, y estaba firmada por un conocido jugador de fútbol. Suelo llevarla a menudo por debajo del uniforme cuando tengo algo importante que hacer, y no la vendo por nada del mundo, así que me negué en rotundo.
-         Sabes perfectamente que eso no. Otra cosa.
-         Una foto de tu hermana en bikini –dijo con una sonrisa de lo más degenerada. ¿Ven lo que les decía? Este chico de asexual, tiene lo mismo que yo de moreno. Le di un fuerte puñetazo en el pecho, con una cara de desagrado total. Era mi hermana. Es mi única hermana. No me hace gracia ni que vaya al cine con tíos, por si a éstos se les va la mano demasiado, como para dejarle una foto al loco este. Ni en broma. Aunque tenga solo trece años, siempre la veré como a una cría. Y no me daba la gana. Él pronto comprendió que eso sería imposible y bufó sin decir más. Yo me levanté, caminé hacia el armario y saqué un neceser de cuero marrón que mi padre me había regalado en mi cumpleaños, es ese tipo de regalos que al principio te parecen estúpidos, pero que después, cuando llegas a un internado en el que te mangan hasta el champú del baño, agradeces. Porque no hay mejor lugar en el que esconder el dinero. ¿Quién se va a imaginar que lo tienes ahí, en medio del cepillo de dientes? Nadie. O eso espero. Cogí treinta dólares en billetes de cinco y volví a la cama. Bobby no tenía muchas luces, y estoy seguro que si le llego a haber dado uno de veinte y otro de diez se hubiera negado en rotundo, pensando que era menos dinero. Sin embargo, esta idea pareció gustarle. Su madre, es la mujer más tacaña que he conocido nunca y a penas le manda dinero, por eso todo el que venga, es bien recibido. A mi antes solían darme más pasta, hasta que el año pasado, en Boston, me pillaron fumando maría en los lavabos, desde entonces mi padre dice que soy un porreta y solo me manda lo justo y necesario para vivir. Aun así, de cuando en vez, mi abuelo me envía algún dinerillo extra que siempre viene bien. Está forrado el tío. Siempre escribe diciendo que lo gaste con cabeza y sentido común, aunque nunca he hecho eso. Siempre lo gasto en pegatinas, maría, o haciendo pedidos tontos a la tele tienda. Aun así, siempre guardo sus cartas. Es la única persona con la que me escribo a carta hecha a mano, y me alegra pensar que alguien se está tomando su tiempo en mi, en escribir eso con todo tipo de cuidado, me hace sentir querido. Al final sí que resultaré un moñas, verán.

Bobby cogió el dinero muy contento, me tendió su pase hacia la felicidad y se fue al poco tiempo. No es un chico demasiado sociable y no suele estar más de media hora charlando con nadie si no hay nada ilegal de por medio. O dinero. O fotos de Chris en bikini.
Mi plan cada vez iba tomando más forma y sentía una excitación interior que solo padezco cuando voy a hacer algo malo, o bien algo que me hace muy feliz pero sé que está prohibido. Me quedé un par de minutos sentado en cama, tenía una decisión importante que tomar, quizás la más importante que he tomado en lo que llevo de vida. Raparme o no el pelo. Y no crean que fue fácil, de hecho intenté tomarla a la ligera, prefería eso y después arrepentirme durante los dos próximos meses que comerme la cabeza toda la noche lleno de remordimientos para quedarme sin hacer nada, aún después de haber perdido treinta pavos, como le pasó a Allen West en la fuga de alcatraz. Y yo siempre me he considerado un Frank Morris de la vida.

Salí de mi habitación, la 22, y me encaminé por el larguísimo pasillo empedrado de oscuras puertas hacia la 70, donde se alojaba uno de los muchachos de último curso, el cual sí era skinhead de verdad, y por eso se rapaba el pelo casi semanalmente. Sabía que él tenía una maquinilla, que esperaba que me dejara sin chantaje de ningún tipo. Bobby solía bajar una vez al mes a la peluquería del internado, dudo que alguien dejara una maquinilla en sus manos, a los dos días ya no tendría dedos.
Toqué la puerta con los nudillos un par de veces y me adentré en la habitación. Un olor a calcetines sucios, mezclado con el humo proveniente de las pipas cargadas de cannabis me golpeó en la cara, pero no tosí. Este tipo de tíos te juzgan al más mínimo error y si me ponía a toser como un descosido pensarían que era una nenaza y me echarían a patadas. Por suerte solo estaba él, Dangerous, que así se hacía llamar. A saber dónde estaría su compañero. Él yacía recostado en el suelo, demasiado fumado como para verme entrar. He de reconocerles, que a mi su mote también me parece completamente estúpido, y más cuando sabes que se lo ha puesto a sí mismo, como si quisiera imponer respeto o algo, ¡y vaya si lo hacía!, pocos se atrevían a mirarle fijamente a los ojos. Corre el rumor, de que una vez, uno se chocó con él por los pasillos, y Dangerous le metió una soberana paliza en los lavabos a la hora del patio. Aunque bueno, esos son simplemente cuchicheos que no se sabe si son ciertos o no. Incluso me atrevería a decirles que se los ha inventado él mismo para dar más miedo. Lleva aquí seis años, es de los más veteranos. Su padre es policía y me han contado que de pequeño le arreaba pero bien, quizás por eso ahora Dangerous paga su frustración y pega a los demás muchachos. De hecho, seguramente se unió a esa banda de skinheads sin tener dichos pensamientos, ni nada, solo para unirse a algún grupo y no sentirse solo. Es el típico matón que pega por miedo a que le peguen. De eso estoy seguro.

-         ¿Quién te ha dado permiso para entrar aquí… Jenkins? –dudó unos segundos mi apellido. Aquí casi todo el mundo me llama por mi apellido y pocas cosas me repatean más las entrañas. Si mi nombre es Kyle, será por algo, digo yo. Me paré en seco, no quise molestar. Él negó y me dio paso, supongo que estaba demasiado colocado como para ponerse a discutir. Yo, bastante cómodo por mi parte, me senté a su lado en el suelo, y cogí una gran bocanada de aire. Como no respirara pronto, iba a palmarla, lo tenía claro. Poco a poco me acostumbré a aquella pestilencia y logré respirar con cierta normalidad, aunque de cuando en vez aguantaba con fuerza las ganas de toser.
-         Verás, Dangerous… sé que tú tienes una maquinilla de afeitar y bueno, me preguntaba si me la dejarías hasta mañana –le espeté sin tapujos. Él rio de manera hilarante durante un buen rato, antes de negar. Se levantó, me agarró con fuerza de la camisa del uniforme que todavía vestía, haciendo que mi corbata mal puesta se descolocara aún más y me levantó como quien levanta un paquete de sal. He de decirles que soy bastante delgado, incluso las costillas de denotan entre mi pecho, ¡pero como un montón! Además soy un goloso empedernido, aunque supongo que serán los genes. De todas maneras, a nadie le sienta bien que lo traten como si fuera un saco de huesos, y a mí en aquel momento tampoco. Aunque no dije nada. Fue al baño y volvió a los pocos segundos con su maquinilla roja metalizada entre las manos, me agarró nuevamente por la parte de arriba y me empotró ligeramente contra la pared, mirándome con una cara de obseso que daba miedo. En aquel momento, les juro que creí que me iba a matar, mi corazón se aceleró y no sabía qué decir. Medía y pesaba el triple que yo el muy animal.
-         Esto que ves aquí… –dijo señalando con la mirada su preciada maquinilla para después clavar su vista en la mía de manera agresiva-. Es mi maquinilla. –hizo hincapié en la palabra “mi”, parecía un crío de cinco años sin querer compartir su juguete el tío. Debía actuar, debía decir algo y decirlo ya.
-         Hm, Dangerous… –me aclaré la garganta sonando apesadumbrado e inocente y lo aparté con suma ligereza, haciendo así que me soltara, aunque no me quitaba la vista de encima. Me resultaba gracioso llamarle de tal manera, sonaba patético. Menudo armario era el tío. Intentaba pensar una buena excusa, cualquier cosa era válida, hasta que vi un folio colgado del corcho en el que ponía la palabra “SKIN” en mayúscula, con una caligrafía bastante pésima, a ser sinceros. Una sonrisa apareció en mis labios y proseguí-. Últimamente por los pasillos te observo mucho, y la verdad es que me pareces un claro ejemplo a seguir… he estado escuchando varias cosas y no me importaría nada unirme a vuestro grupo, ya sabes… –suspiré esperanzado, como si le debiera la vida. A estos muchachos les encanta sentirse superiores a ti, por eso dejé mis dotes de grandeza a un lado. Y dicho esto, me senté en la silla negra de ruedas que había ante el escritorio y me permití el lujo de dar una o dos vueltas en círculo de manera jovial. Él se acercó a mí no muy seguro y paró el movimiento con un seco manotazo. Se le notaba dudoso. Soy un tío bastante conocido por este lugar,  modestia aparte, él seguramente era consciente de todas mis hazañas en tan poco tiempo, y algo le decía que no lo iba a dejar mal. Me dedicó una leve sonrisa y dejó su tesoro encima del escritorio. Cogió su pipa, que ahora descansaba sobre la alfombra, la prendió y le dio una honda calada, dejando que el cannabis penetrara en sus pulmones con vigor. Agarró una pequeña banqueta gris metalizada que había bajo la mesa y se sentó. No sé como no la rompió con su peso, la verdad. Sin más preámbulos me la tendió junto con un mechero lleno de dibujos bastante horteras.
-         Si eres capaz de fumar esto sin toser, puede que estés preparado para entrar en nuestro grupo –aseguró. Y eso era todo. Era una prueba bastante sencilla en comparación con las que había oído por ahí sobre entrar desnudo en el despacho de Henderson y ponerse a gemir como un cerdo, llevar un cinturón de castidad durante un mes o dejar que te chinaran un cigarro en el cuello como sello, aun así la mía no dejaba de ser una chorrada, ¿si un poco de aire se te entromete al fumar y toses, es que ya no eres un buen skinhead? Era estúpido. Aun así accedí. No se crean que quería entrar en su grupo de marginados sociales, solamente necesitaba la maldita maquinilla para raparme el pelo y así parecerme a Bobby. Cogí la pipa, la prendí y le di una larguísima calada, sintiendo como mi garganta ardía por dentro. En un momento me asusté y pensé que en verdad me iba a salir una llama del interior, pero tras expeler fuertemente el vaho vi que no. Yo estaba acostumbrado a fumar maría de la barata, no a esa substancia tan fuerte. Le expulsé el humo prácticamente en la cara e intenté que se esparciera bien, que viera que había fumado un montón. Dangerous me frotó la cabeza, despeinándome al completo, cosa que me dio igual. La mayoría de muchachos con pelo largo detestan que le toquen el cabello, pero a mi eso siempre me pareció una chorrada. Se levantó, sacó de un desordenado cajón lleno de loterías fallidas un folio previamente escrito a ordenador, me dio un bolígrafo e instó a que firmara. Para serles sinceros, firmé sin leer, ¿qué podría ser?, ¿una permanencia en el club como las de las telefonías móviles? Ya me daba igual. Mañana me iría y no estaba en mis planes volver a pisar Detroit, al menos en una larga temporada. Me prestó con nostalgia su maquinilla y una copia del contrato aquel, y yo prometí devolvérsela a la mañana siguiente como mucho, pareció satisfecho, ¿saben cuando un manager ve a una futura promesa por la calle y se le tatúa automáticamente el símbolo del dólar en los ojos? Pues fue algo similar. Incluso me dio una pequeña bolsita de cocaína como “premio”, y yo la cogí sin rechistar. Nunca había probado esa droga y tenía curiosidad. Me apuré a irme con un mal pretexto, antes de que se arrepintiera y me fui a paso ligero por el pasillo, sin mirar a nadie.

Esa era una de las ventajas de estar en último curso, más bien era la virtud de que a partir de la puerta 70 ya no estaba Butler controlando, sino una muchacha de mediana edad que se pasaba el día fumando cigarrillos y leyendo revistas de moda en el cuarto de contadores, a la cual le daba igual si fumabas maría, te inyectabas en vena, follabas con tu compañero, te escapabas a media noche o te daba un chungo y la palmabas. Ella no creía que fuera su responsabilidad, aseguraba que todos eran lo suficientemente mayores para saber qué hacer con su vida. Y en cierto modo tenía razón, lo hubieran hecho de todas maneras, aunque a escondidas, sin esa comodidad plena en la que sabes que hagas lo que hagas nadie te piensa decir absolutamente nada, y tendrás una nulidad completa de cargos, o en su defecto, castigos.
No se crean que me gusta mentir, es más, a diferencia de la mayoría de cargantes de Detroit, yo no solía hacerlo. De pequeño sí, me pasaba todo el jodido día mintiendo, incluso a veces me perjudicaba a mí mismo, pero me daba igual, disfrutaba soltando alocados disparates por la boca más que con nada en el mundo, pero al cumplir trece años me prometí a mí mismo que sería sincero, y hasta hacía un par de horas, ninguna trola salía de mis labios, pero esto es como la droga, y una vez que la dejas y retomas el contacto, es complicado parar, por lo que después de sentirme tan bien, tan pleno, tan brillante posteriormente a mi engaño, no paré de mentir como un bellaco durante meses. Fue divertido.

8 comentarios:

  1. Kyle! ♥ soy Emmaline, Noe, porque asi se llama mi cuenta que comparto con mi hermana, me ha encantado, ya sabes yo tu primer fan, cuando subas el segundo yo estaré para leerlo obviamente
    un besito.

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  2. Hola.
    Bueno soy Ayla.
    La verdad es que me encanto, esta genia y espero que pronto subas el segundo capitulo de verdad.
    Un beso, sigue asi.

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  3. Fuck!! I love it!
    Sigue escribiendo por tu vida! jaja
    ;)

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  4. Ey!
    Me ha encantado, escribes genial. Espero tu proximo capítuloo! ;)
    Un besoo!

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  5. Soy Annïa.
    La verdad es que no está nada mal, me gustó mucho y no le veo así ningún fallo ni nada. Ahora solo espero el siguiente jajaja
    <3

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  6. Muuuuuuuuuuuuuy bien, sí. Soy Effy, no sé si te acordarás de mi pero tengo otra cuenta en tuenti:
    Jennifer Donovan Tzimisce.

    Sigue así :3

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  7. Lectura muy amena, sencilla de comprender y con temas muy reales, verdaderamente es sorprendente, por favor, no dejes de escribir, gracias, conchi

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  8. Es difícil que me enganche algún blog. Soy muy crítica en ese aspecto. Pero sinceramente, me has sorprendido y lo más importante, has captado mi total atención desde el minuto 0. Te sigo. Pásate por el mío si te apetece: cuandolasmujeresaman.blogspot.com.es
    María, Tenerife! :)

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