jueves, 26 de abril de 2012

Capítulo 4 – ¿Seré gay?

Comenzaron a tocar mi cuerpo con ganas, con insistencia, con el palo de una escoba.
-          Eh, tú, muchacho, vamos levántate, si no recoges tus cosas en menos de diez minutos se te cobrará otro día más –se oía una voz de una mujer mayor.
-          Déjalo, le habrá dado un patatús, apesta a humo… ¡estos adolescentes de hoy en día! Deberían volver las costumbres de sacarse el cinto, así no habría tanta tontería… –negaba otra, con una voz más grave.

Al principio, vi una especie de trolls en un sueño, y creía que eran ellos los portadores de esos gritos. Me suele pasar a menudo, sueño algo que me está pasando en real y esas cosas.
Finalmente, abrí los ojos a ceño fruncido y di media vuelta sobre mí mismo, frotándome la cara. Me dolía todo. Tenía un malestar importante en la cabeza, como de migraña, o algo así. Además, apestaba a vómito, había dormido casi envuelto en él, y de hecho al olerlo me vinieron de nuevo las ganas en forma de arcadas. Negué y me levanté como pude, ayudándome del lavabo, seguía notablemente pálido con unas ojeras terribles. Todo lo malo había desaparecido, no había pinchos, ni ruidos, ni nada. Todo estaba bien. Y al mismo tiempo mal.

-          Pero bueno, ¿estás sordo, chico? Si no sales de aquí en cinco minutos te cobraran un día más y por lo que hemos visto… –soltó una sonora carcajada cómplice con la otra-. No es que te quede ya mucho dinero, ¿eh?
-          ¿Qué? –dije. Maldita sea, no entendía nada. Eché un rápido vistazo a la mesita y vi que pasaban de las doce. Mierda, esa era la hora máxima para abandonar la habitación, sino efectivamente te cobraban otro día, y yo no ni podría pagarlo-. ¿Puedo darme al menos una ducha…? –murmuré mirándolas con cierta cara de pena, y esas cosas. De verdad que olía mal.
-          ¡Quita, quita! –me apartó la primera, la que llevaba la voz cantante y aprovechó el hueco que yo le había dejado libre para seguir limpiando-. Haz lo que veas, si no estás abajo en cinco minutos para dejar la llave, tendrás que quedarte hasta mañana.

Tampoco me ayudaban mucho sus respuestas. Odio ese tipo de gente, de veras. Te hablan un montón, pero cuando se callan, te das cuenta de que en verdad no te han dicho una mierda.
Me lavé la cara y me aseé con suma rapidez en el lavabo. Sequé con una toalla como pude mi costado y demás partes llenas de vómito y me vestí la otra muda limpia que había traído. Coloqué primero los pantalones pitillos negros, después una camiseta blanca con un montón de dibujitos en el medio, y encima una sudadera gris de la universidad de Oxford.  Me calcé las zapatillas del día anterior, el gorro gris, y metí como un loco todo en la mochila de nuevo para salir corriendo de la habitación. Bajé por el ascensor, más que nada porque soy un lento bajando escaleras y suelo tropezar y caer a menudo. Imaginaba que era un hombre que había atracado un banco, y ahora toda la policía me perseguía, necesitaba llegar a la mesa lo antes posible o mi libertad confiscarían. Me gusta mucho montarme ese tipo de roles patéticos en mi cabeza, me lo paso bien. Tan pronto como el susodicho abrió sus puertas yo salí corriendo y dejé las llaves en la mesa de recepción con brío, dando un salto enérgico como si jugara al baloncesto. Aquello parecía un juego olímpico o cualquier cosa extraña, parecía todo excepto lo que realmente era. Las llaves hicieron impacto sobre la mesa de cristal, y la secretaria se echó hacia atrás. Ni que llevara una bomba o algo, macho. Miró el reloj de la pared, agarró las llaves y siguió con sus quehaceres bastante molesta por mi interpretación. Que fastidio de gente, no tienen humor. Creo que mucha gente lo pierde en cuánto se pone una corbata o unos tacones de uniforme.

Necesitaba darme una maldita ducha, y tomarme algo para la cabeza. En la calle seguía haciendo un frío de mil demonios. Era día 21 de Diciembre y toda la santa ciudad estaba derrochando dinero en las tiendas. Me entró nostalgia. Me senté en el banco que había en frente de un gran centro comercial y prendí mi último cigarrillo, fumando lento y sin ganas casi. La gente entraba con el bolsillo lleno y salía con un millón de bolsas con regalos, muy alegre sin embargo, charlando con sus acompañantes y todas esas cosas. Incluso había niños pequeños, lo que me desconcertó un montón. Nunca entenderé a ese tipo de padres, se lo juro. ¿Qué narices hace un niño de cinco años al lado de sus padres mientras ellos compran sus malditos regalos de Navidad?, ¿qué pensará el crío?, ¿qué les dirán los padres? Creo que hay gente que no debería poder tener hijos legalmente, de veras. Creo que cuando una pareja quiere tener un hijo, deberían hacerle primero un millón de test psicológicos y todo eso, para ver si son aptos o no. Les aseguro que así no habría tantas desgracias, y al menos ese santo niño de cinco años, creería más en papá Noel y esas cosas.

¿Saben ese tipo de madres que visten a sus hijas como si tuvieran sesenta jodidos años? Es que estoy harto de ver por la calle niñas de 8 años con chaquetas americanas llenas de algodón por los hombros, con un recogido horrible, y pendientes de los que llevaba mi difunta abuela. Al menos, mi madre le compra a Chris ropa de su edad, ambas tienen un gusto exquisito para la ropa, de veras. A veces, en mi casa, voy al sótano y veo fotos de cuando éramos pequeños. En verano, solíamos ir los fines de semana al parque de atracciones, al fútbol, a la playa de Bristol, a la feria, a cenar fuera, al zoo y todo ese tipo de cosas divertidas. Frecuentemente, mi madre, nos vestía a juego, y las fotos en sí dan mucha gracia, porque yo tengo en todas alguna anomalía, sean los calcetines, el color del polo, la chaqueta, o algo así. Siempre me cambiaba algo pequeñito antes de salir de casa, porque no me gustaba nada eso de que fuéramos los tres chicos iguales, yo quería ser diferente. Y ahora que lo soy, me gustaría ser un poco más como ellos. Soy un puto egoísta, ya. Pero como les decía, había un millón de mujeres de sesenta años en cuerpos de niñas de ocho, y eso ya me torció el día, de veras, me da mucha rabia. Miré el reloj de la muñeca. Había estado una jodida hora pegando la hebra allí, observando a la gente sin más.

Es como los cigarros, que siempre me doy cuenta cuando los estoy terminando. Estoy tan tranquilo, cuando al dar una de las últimas caladas antes de matarlo por fin en el cenicero, me cercioro de que lo había encendido y ni cuenta me había dado. Nunca me doy cuenta cuando va por el principio o por la mitad, no. Solo cuando está a punto de terminarse. Y claro, eso me da ganas de prender el siguiente de manera inconsciente nuevamente y es un círculo vicioso fatal.

Sé que no tenía demasiado dinero, pero contaba que con 300 dólares podría volverme a Londres el día 24 para cenar con mi familia en nochebuena como me merecía. Decidí volver el mismo día para que mi padre no me pudiera mandar de vuelta ni nada de eso. Si llegaba a casa dos horas antes de la cena de Navidad, no me podrían mandar de vuelta al internado. Así que mi plan iba bien. Me sobraban treinta dólares, -tenía 330-, por lo que entré al centro comercial. Supongo que eso de ver a todo el mundo gastar, te hace ser más consumista y todo el rollo.
En media hora me lo recorrí todo. Más que nada, porque me pasaba quince segundos por cada sección, ni más ni menos. No había ninguna tienda que me llamara la atención, y las de videojuegos estaban repletas de niñatos.
Fui por la zona de alimentos y compré un brick de leche y un par de bollos de crema. Después de haber vomitado, tenía un hambre voraz. Además, me paré en la zona de quesos y me comí todas las pruebas de muestra. Que se jodan los dueños, que fijo que están forrados.
Seguí caminando por las plantas más altas cuando vi una figura increíble. Era de esas que son de adorno, que no se usan para jugar ni nada, solo de decoración. Tenía forma de guitarra, y colgadas del mástil de ésta, unas zapatillas de ballet en miniatura. La agarré con cuidado de que no me cayera al suelo, pues al ser de mármol, podía romper. Le di la vuelta y miré el precio. Valía 25 dólares, pero no me importaba. No se piensen que el regalo era para Chris ni nada de eso, era para mi hermano Lucas. Por si no lo saben, desde que tenía como dos o tres años hasta la adolescencia, quería ser bailarín de ballet y se pasaba todo el santo día bailando. Ahorró de su paga para comprarse unas bailarinas e iba a clases en secreto, hasta que mi padre, con catorce, lo pilló. Le echó una bronca terrible, nunca lo había visto tan enfadado con Lucas. Yo creí que lo iba a matar o algo, de verdad, estaba furioso. Le tiró las zapatillas, lo desapuntó de las clases y le quitó el móvil, el ordenador, las salidas y todo ese tipo de cosas. También lo metió en un internado alemán, que tenía un lema la mar de gracioso, pero ahora no lo recuerdo. Ya se lo preguntaré a mi hermano más adelante. En el internado lo pasó bastante mal, más que nada porque es muy sensible y todo le hace mucho daño. A las tres semanas se volvió a casa, pero mi padre no le volvió a hablar hasta cinco o seis meses después. Decía que estaba decepcionado, que esas eran cosas de chicas y todo ese rollo.
Algo similar me pasó a mí con cinco años, que estaba obsesionado con las muñecas, las cocinitas y todo ese tipo de cosas. Mi padre, no me dejaba jugar con las Barbie de mi hermana, y cada vez que me veía se enfadaba un montón. Al final, pedí por navidad una muñeca para mí, para que nadie pudiera decir que era de Chris y quitármela. Mi madre, la compró en secreto porque sabía que me hacía mucha ilusión, y mi padre la tiró a la basura el mismo día de Navidad. No sé que tiene en contra de que la gente sea feliz, de verdad que a veces me gustaría preguntárselo o algo, porque ser tan hijoputa no puede ser normal. Ni siquiera me dejaba tener un jodido amigo imaginario. El mío se llamaba Bob, y yo me pasaba el día jugando con él. Bueno, pues a mi padre eso también le molestaba. De verdad que es un hombre muy taciturno, se necesitan años para comprenderlo, y aun así hará algo exótico y les descuadrará nuevamente. Yo ni estoy acostumbrado.

Pero como les iba diciendo, aquella figura representaba las dos cosas que mi hermano más quería en el mundo: la guitarra y el baile. Aunque al final dejó por completo de bailar y hace muchos años que ni lo intenta, todos sabemos que le sigue gustando. De hecho, lo hacía muy bien, creo que si hubieran explotado su don, ahora, con veinte años que tiene, ya sería súper famoso. Pero nunca lo sabremos.
Pagué la figura y la metí en la mochila envuelta de un millón de periódicos, no quería que rompiera. Ya no me quedaba más espacio libre, pero era igual. No veía por ningún lado nada para Chris, hasta que al salir por la puerta de atrás, pasé por delante de una tienda de animales y una sonrisa enorme se dibujó en mi cara. Chris, llevaba desde los tres años pidiendo un gatito, pero nunca se lo regalaban porque yo les tengo alergia, y con animales peludos cerca no paro de estornudar y me pongo bastante malo, así que creí que debía compensarle eso y comprárselo. Solo tendría que estar con él un par de días, y mientras no estuviéramos en la misma habitación sin ventilación, o no lo tocara demasiado, no me iba a pasar nada. En casa, le diría que lo dejara siempre en el jardín, o en su habitación y listo. ¡Se iba a poner tan contenta! Les juro que hasta me imaginaba su sonrisa.

Por suerte, aquella cría de gatita, no era de ninguna raza especial ni nada, así que las regalaban. Quedaban tres en el cartón, pero yo la cogí a ella, no sé por qué, la verdad. En casa de mis abuelos, antes, había un macho que se llamaba Fermín, pero al poco de morir mi abuela, él también murió, supongo que no lo soportó o algo de eso. Los animales son mucho más listos y comprensivos que las personas, de verdad. A la gatita de mi hermana, decidí llamarla Misifú, ya que ella quería que se llamara así desde siempre. El nombre era sumamente típico para un gato, a mi se me ocurrían nombres mejores, y más ingeniosos, pero dudo que le hicieran gracia, y a fin de cuentas el felino aquel era suyo, no mío. Era completamente blanca, con los ojos azules. Estaba bastante espabilada en comparación con sus hermanitos, así que me pareció perfecta. Con los cinco dólares que me sobraban, le compré un cascabel rojo para el cuello, y se meneaba con gracia y elegancia al tenerlo puesto, de verdad.  También compré una mantita en un bazar chino para cubrirla del frío.

En la farmacia, adquirí un paquete de sobres para diluir en agua, unos para la cabeza, y otros por si me entraba la alergia. Al ser alérgico también al paracetamol, tengo que tener mucho cuidado con lo que pido, aunque generalmente se lo comento y ya me dan algo similar sin esa substancia.

Salí del centro comercial pronto. Me ponía enfermo ver a tanta gente pegada y acompañada, y me agobiaba aquel calor, y aquel olor. Sé que en ese momento tampoco era el más indicado para quejarme de que la gente no se ducha mucho, pero ellos tenían sus casas para hacerlo, y yo no, jo.
Caminé varias manzanas sin rumbo fijo, no lograba aprenderme aquellas malditas calles, así que supongo que hasta que tuviese que coger algún tren, barco, avión, o algo, no debía importante dónde estaba o dónde no.
Finalmente, me senté en las escaleras del portal de un edificio. Me saqué la mochila y envolví a la gatita en su manta, dejándola a mi lado, evitando tocarla demasiado. Cogí el brick de leche y le di un larguísimo trago, estaba sediento. Ella me miraba y no paraba de maullar la muy capulla, así que eché leche en la tapa de la botella y se la puse. ¡Cómo bebía la condenada! Tuve que rellenarle el envase unas tres o cuatro veces más hasta que se calló. Me comí con gusto los dos bollos de crema, y me di cuenta de que no me quedaba tabaco. Bufé y me levanté camino al bar de al lado, hasta que escuché la sirena de la policía. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, se me puso la piel pálida y me dio un vuelco al corazón. Volví a meterme en el portal, muy echado hacia dentro para que no me pudieran reconocer, con la mandíbula tensa y la gata entre mis brazos. No sabía si los del internado ya habían denunciado mi desaparición, se lo habían comunicado a mis padres, o ellos mismos habían llamado a la pasma. Fuera lo que fuera, tenía miedo.

Me quedé inmóvil alrededor de quince minutos, cualquiera que me viera pensaría que era esquizofrénico y estaba viendo ante mi, horribles duendes amarillos, o algo de eso.
Cuando se me pasó el shock, cogí a la gata envuelta en mis brazos y caminé a paso rápido hasta el primer hostal de mala muerte que vi. No había nada menor de cincuenta dólares la noche, pero necesitaba ducharme y esas cosas. Ni se inmutaron por el felino que llevaba en mis brazos, me dieron la llave, y punto. Tampoco es que fueran desagradables, pero en comparación con los del gran hotel aquel, sí.
Compré un par de paquetes de tabaco en la máquina de abajo y una botella de agua. Ni me pidieron el DNI. Una vez en la habitación, dejé a Misifú en el suelo y le di más leche. Me di una ducha, pues no tenían bañera, y volví a ponerme la misma ropa. Fumé un peta para entrar en calor y me pasé toda la santa tarde viendo la televisión, totalmente aburrido. No quise fumar más por si me ponía igual de mal que ayer, así que me contuve. Tenía miedo de estar por la calle de día, de verdad, no me haría gracia que me pillaran. Me tomé los dos medicamentos, y por veces dormité sobre la almohada, aunque el sonido de la televisión me despertaba a menudo.
A eso de las diez de la noche, me fui del hotel. Era sábado y no lo iba a desaprovechar ahí encerrado ni de coña. Dejé a Misifú envuelta en el edredón con bastante leche cerca para que se alimentara si quería, y me fui tan campante.

Cené pollo con patatas en un Burger. Nunca como hamburguesas desde hace como siete años. Antes me encantaban, pero en una excursión, comí una con huevo, queso y bacon que me sentó terriblemente mal, estuve días vomitando bastante enfermo, y de verdad que no puedo ni ver a alguien comiendo una maldita hamburguesa sin que me entren las ganas de vomitar.

En la calle hacía un frío terrible, no sabía a dónde ir hasta que recordé la quedada con el tal Joachim ese, me agradó un montón la idea. Quería ir a un pub, beber y desconectar de todo. Me subí a uno de los taxis que estaban frente al hostal. Un hombre de mediana edad estaba en los asientos traseros. Saqué el papel semi arrugado del bolsillo, intentado leer el nombre del local. El taxista estaba parado, y me miraba a través del espejo retrovisor a la espera de que le diera una dirección. Me veía confuso al leer las palabras, pero el tío en ningún momento encendió la luz esa que hay en el techo ni nada, solo me miraba con cara de enfado, deseando que me diera prisa.

-          No puedo leer bien el lugar… ¿puede ser que haya cerca de aquí una discoteca o algo que se llame Suc…be… har…, o algo así? –pronuncié el nombre en varias sílabas, ya que no estaba seguro.
-          Así es, muchacho, ¿te llevo ahí, no? –inquirió con una sonrisa degenerada y notable que yo no comprendí.
-          Sí, por favor. –me limité a decir. Solo esperaba que no fuera un psicópata, de veras.
-          Te lo pasarás bien, muy bien… hay mucho ambiente, aunque no me pareces de esos. –dijo y soltó una sonora carcajada mientras conducía, guiñándole un ojo al hombre que estaba a mi lado.
-          ¿De esos? –pregunté. Soy un estúpido, de verdad, desde que estaba en Detroit no entendía una jodida palabra. La gente hablaba y yo no entendía.

Pero él no dijo nada, solo rio de nuevo negando con vehemencia con aires joviales y divertidos, y yo no quise darle más vueltas al tema. En aquel momento deseaba que toda la puñetera ciudad fuera muda, sorda y ciega y así me dejarían en paz de una vez.

-          Eh, ¿cómo te llamas? –inquirió el hombre que estaba a mi lado, dándome un leve toque en el muslo. Tenía un claro acento francés, posiblemente de Canadá.
-          John, ¿y usted? –mentí. Estaba harto de que todo el mundo me preguntara mi nombre para después llamarme “muchacho”.
-          Puedes llamarme señor. –dijo. Arqueé una ceja mirándolo en silencio y volví mi vista al frente. No sé quién se creía que era, la verdad. Aquello parecía una jodida película.- ¿entendido? –preguntó alzando un poco más la voz.
-          Sí. Sí, señor. –murmuré despistado, pues no pensaba que fuera a hablar más. Quería que se callara de una vez, así que me puse a mirar por la ventanilla haciéndole entender que no me apetecía continuar aquella estúpida conversación.
-          No te veo muy hablador, niño –dijo con gracia, con retintín y todo eso.
-          No lo soy, lo siento.
-          No está bien eso en un chico como tú. Yo si tuviera tu edad me comería el mundo, ¿sabes?
-          Hace un día de perros, ¿no cree? –dije para sacarle una puñetera conversación, sino no se callaría.
-          Dime, ¿qué te trae aquí? –dijo. Ignoró completamente mi pregunta, supongo que hablar del tiempo también le parecía ridículo.
-          Voy a ver a un amigo, ya sabe, esas cosas –encogí los hombros y le dediqué una pequeña sonrisa. En aquel momento me sentí muy avergonzado por no tener mi pelo, era como si no tuviera identidad o algo.
-          ¿A un amigo? Vaya… si quieres tomar una copa, estaré en los sillones del fondo, pareces un buen chico.
-          Lo tendré en cuenta, señor. –dije intentando parecer cordial y esas pamplinas.

Los siguientes minutos transcurrieron en silencio, y el taxi se paró en la puerta de una grandísima discoteca con miles de letras brillantes y un montón de tíos fuera. Pagué mi viaje y salí de allí apurándome hacia la entrada, sin fijar mucho la vista en nadie, no estaba de mucho humor, no sé por qué. Prendí un cigarro y me acerqué a una cabina para llamar al tal Joachim ese, pero antes de que terminara de marcar el número, él me dio varios toquecitos en el hombro. Me giré, saludándolo con la cabeza, como si yo fuera un chulo de barrio malote, o algo. Me salió así.

-          ¡Kyle! ¡Cómo me alegra que hayas podido venir, de verdad, en serio, estoy muy contento! –exclamó con una alegría impropia, teniendo en cuenta que a penas nos conocíamos. Me dio dos besos, pasándome el brazo por el hombro y caminó hacia la entrada. Yo no dije nada. El guardia iba a pedirme el DNI, como es normal, pero Joa le dijo que era su amigo, que hiciera la vista gorda, y nos dejó entrar después de sellarnos la mano-. Dime, ¿qué quieres beber?
-          Hm… –lo tuve que pensar unos segundos, hacía mucho que no bebía alcohol y no estaba seguro de qué me apetecía-. Vodka con lima –dije finalmente.

Él se acercó a la barra, tendió al camarero dos tickets gratuitos y pidió las bebidas. Cogí la mía y bebí la mitad de un gran trago, estaba sediento y era un alcohol exquisito. Joa meneaba la cadera con cierta maestría por el centro del local sin soltar mi mano, y yo me movía con más torpeza sin hacerle ni puñetero caso, solo centrado en beber y olvidar.

Llevaba ya tres copas cuando me dejé caer en uno de los sofás laterales, relajado y cómodo. Observaba el ambiente en busca de alguna fémina a la que seducir, pero no encontraba ninguna, solo tíos, y más tíos. No le di importancia tampoco. En los lugares de ligar siempre suele haber más chicos que chicas, así que suponía que estarían esparcidas por el final. Joachim se tumbó a mi lado, como si le pesara hasta el alma y me agarró la mano. Sonreía mucho. No paraba de sonreír. Me ponía nervioso.

-          Dime, ¿qué te parece el sitio, K? –preguntó con voz suave sobre mi oído.
-          No está mal –encogí los hombros terminándome la cuarta copa de un trago, con la vista clavada en el frente.

Cuando me quise dar cuenta, el moreno muchacho se había abalanzado hacia mi, y me besaba con ganas, con pasión, con fiereza, mientras desgarraba mis labios y entrelazaba mi lengua con la propia masajeando mi paquete, gustoso. Lo primero que pensé era que era otro prostituto, después me dije a mí mismo que sólo buscaba violarme. Estaba acojonado. Aun así, le seguí un poco el beso, por miedo de que se fuera a enfadar o algo, ya que me había invitado a cuatro copas y sentía que debía compensárselo de alguna manera. Nunca me había besado con un tío, pero la verdad es que no era tan asqueroso como mi padre lo pintaba, era igual que con una tía, no sentí repelús ni nada, pero me faltaban unos buenos pechos que manosear con descaro, así que me aparté levantándome al momento a ceño fruncido, negando varias veces.

-          Voy a baño –me apresuré a decir sin ni mirarlo.

Apuesto a que tenía la cara roja por vergüenza. Necesitaba despejarme, y pensar en la estupidez que acababa de hacer. Y también mear. Busqué por la gran explanada los baños, hasta que di con un par de puertas pegadas y supuse que eran ahí. Abrí una de ellas, prendí la luz y me metí en uno de los cubículos. Meé tranquilo y me senté en el suelo unos segundos, clavando la vista en la pared. No tenía ganas de salir de allí, quería relajarme. El alcohol había hecho mella en mí, por lo que ya estaba un poco tontito. Aburrido, recordé la bolsita de cocaína que Dangerous me había dado, así que la saqué del bolsillo y eché todo en la tapa del WC. La troceé con el DNI hasta hacer dos finas y desigualadas rayas. Doblé varias veces un billete de cincuenta dólares y las esnifé con rapidez, sin pensar siquiera en lo que estaba haciendo. Nunca había probado la coca, pero sí había visto como se hacía. Guardé todo de nuevo, y pasados un par de minutos me levanté del suelo. Un sabor amargo comenzó a bajar por mi garganta y sentía la necesidad de escupirlo, pero no podía, era como si ese agrio sabor formara parte de mí, y no había manera de extirparlo. Caía un moquillo incómodo de mi nariz. Con rapidez, mi corazón emprendió un viaje mayor y empecé a sentirme acelerado, nervioso, eufórico. Necesitaba correr, saltar y chillar, aquel cuarto se achicaba ante mí y sentía que me quedaría atrapado si no ponía de mi parte.
Al salir, me confundí de puerta, y sin comerlo ni beberlo estaba en el cuarto de contadores, o eso pensaba yo. Caminé a tientas en busca de la salida hasta que choqué con una pierna y caí de rodillas al suelo. Volví a asustarme. Creí que era un cadáver o algo. Sé que me asusto un montón, pero eso es culpa de las pelis de terror que veo con Kurtis.
Palpé el suelo, intentando levantarme, pero unas manos agarraron mi cadera empujándome hacia atrás, atrapándome.

-          ¡Eh! ¡Déjame! –solo pude chillar eso. No sabía si trataba con un hombre, una mujer o un muerto. Fuera lo que fuera, yo le hablaba.
-          Vamos, disfruta, tienes una buena figura… jiji –susurró un tío en mi oído y comenzó a mordisquearme el lóbulo, mientras seguía agarrándome del costado, sin dejar que me levantara.
-          ¡Déjame, joder, maldito degenerado, déjame en paz ya! –grité como si me fuera la vida en ello. No fue por mal ni nada, pero obviamente pensé que iba a violarme y la cocaína alteraba mis sentidos.
-          Y además el chico tiene carácter…. Cómo me gusta eso… –seguía hablando con paciencia solo para mí. Agarró mi cabeza y la estampó contra su propia entrepierna. Ahí sentí que su miembro estaba fuera, casi encima de mi boca.
-          ¿Qué coño…? –escupí al momento empujándolo hacia atrás, poniendo todo mi empeño en levantarme, pero el hombre aquel tenía una fuerza sobrenatural-. ¡Suéltame ya, hijo de puta, cabrón!
-          ¡Oye! ¿Pero tú quién te has creído, mocoso? –bramó y él mismo se levantó agarrándome del brazo con fuerza.

No sé en qué jodido momento se subió los pantalones, pero en un par de zancadas, salimos de aquella sudorosa y cerrada sala, aunque él no me soltaba. Me llevó a rastras hacia la salida y allí me dio un empujón en el hombro mirándome fijamente. No había podido verlo antes, pero efectivamente era un armario empotrado. No caí al suelo gracias a la pared que había detrás, estaba acojonado, no debí de haber dicho eso.

-          ¡Venga, dímelo a la cara, puto niñato! –siguió berreando con su cara pegada a la mía-. ¿Qué pasa, te crees muy guapo para no chuparle la polla a un tío como yo, o qué? Vamos, contesta.
-          No… pero yo… no… –tartamudeé.

El señor del taxi apareció al momento, apartó a aquel hombre de un manotazo y me atrajo hacia él sin ni mirarme.

-          Déjalo ya, Stefan, ¿no ves que es un crío? –dijo con firmeza el señor.
-          ¿Y para qué coño se mete en un cuarto oscuro? ¿Para que le contemos un cuento? ¡Anda ya! No me joda, señor, llevo muy mala noche –respondió histérico perdido, pateó una lata de cola que había en el suelo y volvió a meterse en la gran discoteca apartando a empujones a todo aquel que tenía la osadía que interponerse en su camino.

Me sentía repleto de energía. Un sudor frío y desagradable bajaba por mi espalada y frente, como si tuviera fiebre. Me apetecía comenzar una batalla campal con todos aquellos tíos que había fuera. Pronto comprendí que se trataba de una discoteca de ambiente, sí. De ambiente gay. ¿Por qué cojones nadie me dice esas cosas? ¿Por qué el tal Joachim ese no me lo avisó antes? ¿Por qué? Díganmelo.
Les juro que hay cosas que me molestan de verdad, y una de ellas es cuando alguien hace algo a mis espaldas. Por ejemplo, si yo estoy en un grupo de lengua y deciden modificar el trabajo, cambiar el día, o privatizar algunos datos y no me lo dicen, me entra la rabia no sé por qué, si yo estoy incluido en un grupo, lo normal sería que contaran conmigo para las cosas, y me las consultaran de vez en cuando, pero no sé por qué todo el mundo lo hace todo a mis espaldas, además les aseguraría que lo hacen con una sonrisa en la cara pensando que no me enteraré. Y créanme que sería más feliz si no me enterara, pero al final no sé cómo, pero termino enterándome de todo, y me como el coco durante días, supongo que es así, soy un cabeza hueca, y no todo tiene que girar a mí alrededor, pero me fastidia enormemente.

El señor aquel no dijo nada. Ni siquiera me miró. Caminó hacia uno de los taxis que había en la entrada, y subió sin soltarme, así que yo me subí también. Pronunció el nombre de una calle que ahora mismo no recuerdo, con una voz grave, ronca y sumamente elegante, manteniendo el silencio todo el camino. Si les soy sincero, ya no desconfié. Es decir, podrían haberme matado, violado, descuartizado y secuestrado ya en tantas ocasiones, que empezaba a acostumbrarme a vivir al límite. Solo deseaba con fuerza irme a mi casa.
Pasó más de media hora antes de que nos bajáramos. Continuaba sin mirarme, ni nada, pero sentía que debía seguirle, no sé, una intuición o algo de eso. Abrió el portal del edificio que chirrió de mala manera y se apartó para que yo también entrara. Subimos en ascensor hasta el piso 11. Yo le miraba con atención queriendo que hablara, que me dijera algo, su nombre al menos. Pero él hacía como si no me hubiera visto en la vida. Estaba muy nervioso. Asustado no, nervioso.

-          Dime, ¿por qué te has metido en un cuarto oscuro? –preguntó sin más, entrando en el apartamento.
-          No lo sé. –dije.
-          Esa no es una respuesta. Cuando pregunto debes responder correctamente. –me espetó sin más, mientras dejaba su abrigo en la entrada y me señalaba el salón.
-          No sabía que era un cuarto oscuro de esos… de verdad. –murmuré dejando mi mochila a un lado, caminando tímidamente hacia el salón, tomando asiento en uno de los sofás.
-          No te he dado permiso para sentarte. –volvió a decir de manera adusta y me levantó en un leve tirón, sentándose en el hueco que había dejado libre. Llevaba una copa con hielo entre las manos. Y nada para mí.
-          Perdón, señor. –me disculpé levantándome al  momento. Estaba en estado de shock. En cualquier otro momento, me hubiera largado, pero sin embargo, no sabía si por el efecto de las drogas, o por mi propio pie, ahí estaba.

Guardó silencio alrededor de diez minutos mientras bebía con relajación con las piernas cruzadas con finura. Era un hombre mayor, pero atractivo y esas cosas. Con pelo y sin arrugas. No creo que yo llegue así a su edad, de veras. Moriré antes de los veinte, estoy seguro. Yo miraba toda la habitación con curiosidad, estaba hiperactivo perdido, me movía en pequeños círculos y pasaba mi peso de un pie a otro a la espera de que dijera algo.

-          Dime, ¿por qué te has metido en un cuarto oscuro? –repitió clavando su vista en la mía.
-          Ya se lo he dicho.
-          Pues me lo dices otra vez. Vamos. –dijo.
-          No sabía que era un maldito cuarto oscuro, joder. –respondí ciertamente enfadado. Me imponía respeto. Me ponía nervioso.
-          Ese “joder” sobra. Retíralo y siéntate. –se limitó a decir.
-          Lo retiro. –musité con desgana, porque soy muy orgulloso, y me senté a su lado, clavando la vista en la pared, frotándome las manos empapadas en sudor.

Volvió a callarse. Era una situación absurda. No sabía cómo me sentía, ni nada. Estaba incómodo allí. Era como una partida de ajedrez y yo solo esperaba que él moviera ficha.

-          ¿Qué te has tomado? –preguntó.
-          Alcohol –aseguré.
-          No –declaró antes de beberse la copa de un corto trago y se levantó mirándome fijamente-. No me gustan las mentiras. Si piensas volver a decir una mentira, lárgate por donde has venido.
-          También coca, señor –seguí hablando en un tono bastante bajo. En ninguna ocasión hubiera consentido que un tío me tratara así sin conocerme. Pero sin embargo, no quería irme.
-          ¿Qué cojones hace un niño como tú solo en esta ciudad?
-          Me escapé de un internado –dije. Soy un demente. No sé por qué ahora no me salía mentir, solo decir verdades como puños.
-          ¿Y no te da vergüenza? –inquirió apoyándose en la pared, con las manos en los bolsillos. Estaba tranquilo, ni siquiera pareció afectarle o preocuparle mi respuesta de ninguna manera.
-          Sí, señor. –afirmé sincero. Era extraño. Es decir, en ningún momento me había sentido avergonzado por haberme escapado, y sin embargo, pensar que él creía que debía avergonzarme, me avergonzaba al momento.
-          Muy bien. –siseó.

Yo no dije nada, más que nada porque no sabía qué decir. Tenía una tensión encima terrible, y estaba empapado en sudor, como si fuera mi deber en el mundo causarle buena imagen. No sé en qué jodido momento empecé a sentirme excitado, estaba repleto de erotismo, y solo por tener la vista clavada en aquellas cortinas color beige. Mi mano se paseó con disimulo por mi cadera hasta mi entrepierna y comencé a acariciarme con cuidado, como si temiera ser visto. Mi sexo tampoco dudó en hacerse notar de manera abultada entre aquellos ajustados pantalones pitillo que maldecía haberme puesto. Él volvió al sofá y ocupó su asiento de nuevo.

-          ¿La tienes dura? –preguntó como si no fuera ya obvio y comenzó a acariciarme también, pero quizás con más encono.
-          Un… un poco… –titubeé sin apartarle, ni dejar mi tarea a un lado. Estaba cachondísimo.
-          ¿Por qué? –preguntó.
-          Porque… –intenté pensar una respuesta. Ya sabía que no le valían los “no sé”. Pero es que tampoco lo sabía yo.

No pareció molesto porque no supiera qué decirle. Atrajo mi cuerpo al suyo y comenzó a besarme con anhelo. Sentía su lengua en mi campanilla, de veras. Estaba muy caliente, me ponía aquel hombre, me ponía muchísimo. Sí, sé que podría ser mi padre, pero como digo siempre: no lo es. Le seguí el beso como pude, su ritmo era veloz y yo me quedaba atrás. Cuando creí haberle cogido la marcha, se apartó y llevó mi cabeza a su entrepierna. Oh, Dios. Les juro por mi vida que en cualquier otro momento hubiera vuelto a escupir y me hubiera largado indignadísimo. Pero no lo hice. Ni quería hacerlo. Agarré su sexo con mi boca y comencé a lamerlo como si se trata de un chupa-chups o algo, en un principio me entraron arcadas, pero en verdad no estaba tan mal. No sabía si era por la cocaína, pero me excitaba a horrores aquello. Finalmente, el Señor, agarró mi cabeza y nuevamente llevó el ritmo, yo me dejé hacer. A veces moría por apartarme, porque sentía que me asfixiaba, pero sin embargo ya poseía una erección notable. Seguí masturbando su miembro con mi propia boca un tiempo. No sé exactamente cuánto tiempo pasó, pero a mí se me hizo eterno. A veces me restregaba con disimulo contra el sofá para saciar mi erección, pero no era suficiente.

El tío era un dominante de primeras. Y yo, pedante como soy, comenzaba a pensar si realmente sería un sumiso sadomasoquista gay, o algo de eso. 



Tampoco se crean que sucedió nada del otro mundo.
Yo seguía masturbando su pene con mi boca, casi asfixiado ya, pero sin querer irme. Él me sacó la ropa a tirones, como si sobrara cualquier mínima prenda interponiéndose entre mi piel y la suya. Me colgó en su hombro, en una postura muy extraña, porque estaba a milímetros de parecer una novia en su luna de miel, o un mono ahí colgado. El Señor caminó a tientas por el estrecho pasillo y me dejó caer en una cama grande, de matrimonio, y muy cómoda. Mi excitación no hacía más que subir, por una parte tenía miedo de que me fuera a secuestrar o algo, claro, pero no sé si por el efecto de la coca o por el notable sex-appeal del Señor, ahí estaba yo, mirándolo con una cara de embobado, más empalmado que nunca, perlado en sudor, muriéndome porque moviera ficha de una maldita vez. No vi el momento, pero él también se desnudó. Comenzó a besarme de nuevo con ganas, devorando mi boca, arañando mi espalda, marcando mi cuello… Yo creía que me iba a morir de placer. De verdad que en mi vida me había sentido tan terriblemente  excitado y morboso como entonces. Me ponía a mil aquella posesividad con la que actuaba, me imponía respeto mirarlo, me excitaba con una mísera caricia. En aquel momento me planteé seriamente mi sexualidad, y aunque actualmente me niego a volver a pensar en ello, tengo dudas.
Masturbaba mi sexo con ganas, con una practica terrible. Mucho mejor que yo a mí mismo, o que la prostituta aquella, mucho mejor que Erica la de los lavabos y todas mis exs juntas. Era un maestro del sexo. Era un Dios en potencia y yo me dejaba hacer encantado como un buen aprendiz. Él no dejaba de mirarme fijamente y a mí su mirada me estimulaba más si cabe. Me gustaba mirarle, pero disfrutaba tanto que mis ojos se iban entrecerrando paulatinamente como en el sueño más profundo.

A punto de cerrar los ojos del todo, y dejarme hacer, sentí como dos pinzas presionaban mis pezones y abrí del todo los ojos. Él para acallarme volvió a besarme sin descuidar su tarea en ningún momento. Me removí unos segundos, incómodo, sintiendo un ligero escozor. Cuánto más placer sentía abajo, más se endurecían mis pezones, más apretaban las pinzas, más seducido estaba. Era un círculo vicioso, y tan vicioso. Un bucle infinito que esperaba que no tuviera fin. No hice hincapié en quitármelas, era un placer doloroso, pero a fin de cuentas: placer. El Señor alzó su cuerpo, dejando que nuestros sexos se rozaran y esposó una de mis manos al cabecero de la cama. Yo no dije nada, todo lo que hacía me ponía más cachondo. No cabe decir, que si en algún momento me hubiera sentido mínimamente incómodo, me hubiera largado, pero no era el caso. En aquel momento no pensé con certeza lo que estaba haciendo, sino seguramente se me hubiera bajado la erección. Mi cara era todo un poema, tiendo a tener la piel bastante pálida, y tenía la cara rojiza, sintiendo como gotas de sudor recaían por mi cabeza rapada, mi boca estaba semi abierta, completamente entregado a todas las veces que quisiera besarme. Era un juego provocativo y tentador del que yo hasta el momento solo entendía de oídas. Volvió a besarme y siguió con la masturbación rozando un par de dedos por mi trasero lo que me puso todos los pelos del cuerpo de punta.

-          Eres un mariconazo de mierda –me espetó sin más, con una voz sexy y morbosa, muy diferente a molesta.
-          No, no lo soy… –susurré ciertamente inquieto.
-          Sí, sí lo eres. ¿Qué eres? –inquirió.
-          Bueno… en todo caso… podría ser bisexual –susurré avergonzado, evitando mirarlo, mientras él continuaba su tarea.
-          ¿Qué eres, niño?
-          O bueno… quizás gay –dije, porque en ese momento tenía dudas.
-          No –susurró con voz tajante y mordió mi pezón haciendo que se me escaparan suaves jadeos-. ¿Qué eres?
-          Bueno, seré eso… –musité.
-          Dilo. Tres, dos… –comenzó una marcha atrás mientras uno de sus dedos se introducían en mi trasero, y después el siguiente. Yo no sabía a qué estar atento, eran muchas sensaciones a la vez.
-          Un mariconazo de mierda –dije muy bajito, como si temiera ser oído.
-          Muy bien –aseguró orgulloso.

Mi brazo derecho estaba estirado, colgando del cabecero, esposado. Él retomó una senda de suaves besos por mis labios y yo poco a poco aprendía su manera de moverse y se los seguía con mayor facilidad. Tampoco hacía nada, solo me dejaba hacer. Supongo que pensarán que en esto del sexo soy un tipo bastante egoísta porque me dejo hacer y no muevo un dedo. Pero tampoco es eso, jo.
Volví a entrecerrar los ojos, centrándome en correrme y disfrutar al máximo, pensando que ya no le quedarían más ideas morbosas que realizar, me parecía imposible que pudiera tener más, aquello ya se desorbitaba de cualquier realidad pensada por mí. Pero me equivocaba, y una vez más, el Señor tenía otro as en la manga. Continuó dilatando mi trasero, y yo me removía. A veces por dolor y otras por placer. Pronto sentí como el látex, seguramente proveniente de un condón rozaba mi ano y me eché hacia atrás negando. Estaba ciertamente borracho, y la coca no se había ido, pero no iba lo suficientemente colocado como para no sentir escozor. Había algo húmedo, seguramente lubricante, pero no se lo puedo asegurar.
Sacó un pequeño bote de cristal marrón a rosca y me incitó a que inhalara. Lo hice. Era Popper, había escuchado hablar de esa droga muchas veces, un afrodisíaco tremendo, un vasodilatador coronario líquido, con un fuerte olor característico. Como ven, soy un tarado, y a pesar de todos los avisos de todo el mundo, yo nunca me niego a probar cualquier tipo de droga. Él  hizo lo mismo.

-          Dime, ¿lo has probado alguna vez, niño? –preguntó

Yo solo negué. No me salían las palabras. De repente, mi corazón iba a 200 por hora, mi cuerpo se había hinchado como un pez globo y sólo buscaba sus labios, sólo buscaba placer. Estaba histérico. Dilató varios segundos más mi trasero y sin perder el tiempo, me penetró con cierta delicadeza aunque sin perder para nada el ritmo. Solté un grito que se debió de haber escuchado en todo el edificio y un par de lágrimas recayeron por mis mejillas. Escuché algunas frases, pero no sé decirles qué decían. Estaba absorto como en una realidad paralela, y aunque sentía un dolor terrible no cesaba de moverme. Me ahogaba si no gritaba, necesitaba descargar toda esa adrenalina. Sentía el pecho oprimido, estaba mareado, creí que iba a perder la consciencia. Nuestros cuerpos se fundieron en uno solo. Pasé mis piernas por encima de sus hombros y él continuó haciéndome el amor. No se crean que follábamos, no. Puede sonarles estúpido, pero pese a la agresividad impuesta en aquel polvo, me sentí sumamente querido, colmado de caricias y besos, y por eso digo, que no follamos, hicimos el amor.
Pasaron unos minutos más masturbándome, besándome, lamiéndome, mordiéndome, haciéndome literalmente suyo hasta que me corrí. Y él tampoco tardó demasiado. Estaba abrumado, dolorido, incómodo, activo, acalorado, eufórico, cachondo, desfallecido… solté una sonora carcajada de loco, me provocaba risa aquello y él me correspondió con una sonrisa divertida.
A diferencia de con la coca, o demás drogas que había probado, el efecto no duró demasiado. Pronto comencé a sentir fiebre, un dolor de cabeza terrible, sentía que me iba a explotar el cerebro. Mi respiración era entrecortada. Me sacó las pinzas pasándome la lengua por los pezones, como si su saliva fuera curativa, abrió las esposas y se dejó caer a mi lado. No tardé en dormirme. Estaba agotado. Lo miré unos segundos con sonrisa atontada, haciéndole creer que no me dolía tantísimo la mente al pensar y caí entre los brazos de Morfeo.

A eso de las tres de la tarde, el Sol impactó sobre mi rostro e hizo que obviamente me despertara. Me removí unos segundos buscándolo, pero ya no estaba. Solté un bufido y me froté con fuerza la cabeza, arañándome con suavidad las mejillas. Tardé al menos media hora en prender la luz, me incorporé costosamente recordando poco a poco lo que había sucedido anoche y miré de reojo las esposas que todavía yacían sobre el colchón. Al incorporarme, solté un gemido adolorido y un par de lágrimas casi recaen sobre mi cara de nuevo. Tenía un dolor importante en el trasero.

Me levanté con cuidado e intenté ver mi trasero, pero no vi ninguna anomalía. El dolorcillo era interior, y tampoco sangraba ni nada. No me molesté en vestirme, hacía calor en aquella casa, o era yo el que lo tenía. Busqué por cada habitación al Señor, pero no lo encontré, y debo reconocer que eso me inquietó de manera sobrenatural. Por último, en la cocina, había un papel al lado de una taza de leche, galletas, cereales, y todas esas cosas.

“Niño, he salido a comprar unas cosas. Tienes aquí el desayuno, y en la mesita de noche te he dejado veinte dólares para el taxi. Vuelve a tu casa y no hagas más tonterías, deben estar preocupados por ti. Sé un hombre, échale cojones y haz las cosas correctamente. La vida no se trata de huir, sino de afrontar los retos. Cuando vuelva no quiero verte aquí, date una ducha si quieres y lárgate por donde has venido. Espero que te haya quedado un buen sabor de boca de lo de anoche y disfrutaras al menos tanto como yo. Eres un buen chico. Espero que me hagas caso, no me gustaría volver a verte en Sucbehar nunca más, ese no es tu sitio. Si algún día vuelves por Detroit, no dudes en avisarme y te invitaré a tomar algo. Ahora vete, mariconazo de mierda y que no se te ocurra prender un solo cigarro en mi casa. Un besote.”

Una firma y su número de teléfono acompañaban la nota. Tenía una letra estupenda, muy fina y legible, no como la mía. Me entraron ganas de llorar, sentía pena. No sabía si era porque no me apetecía irme, o si realmente creía que él llevaba razón y lo mejor sería irme a mi casa. De todas maneras, le hice caso. Me bebí el vaso de leche y me di una ducha rápida por si acaso volvía pronto, me vestí la ropa del día anterior y cogí mis cosas. No quise el dinero, yo no era ningún prostituto, y aunque sé que él no pensaba que lo era, me sentía sucio aceptándolo.

“Gracias por lo de anoche. No sé qué palabras lo definen, pero tenga por seguro que me acordaré siempre. Me siento extraño y diferente. Aun así, gracias por todo, espero que le vaya bien. Dudo que vuelva por aquí, pero si eso ocurre, descuide que le avisaré.
Atentamente,
Mariconazo de mierda.”

Eso le respondí con la mejor caligrafía que pude. Cogí mis cosas y me fui sin más.

7 comentarios:

  1. Creo que este, como todos los capítulos de la novela, tienen un lenguaje claro y hace que se le coja confianza a Kyle. Sin embargo, deberías retocar un poco el "de veras" que aparece frecuentemente al principio. No es que esté mal, pero se hace ligeramente repetitivo.

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  2. Guau mi Kyle es gay? ( si si le he cogido taanto cariño que ya me meto en la historia) bueno aun que esta confuso, quiero saber muchisimo más de eso estoy segurisima

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  3. Er Setho yatusaéh, que va, soy Iné.3 de mayo de 2012, 7:29

    Oye, que akjshjaskas, me ha encantado no, lo siguiennnnnnte. Puedo asegurarte que me he enganchado *^*

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  4. sin palabras me dejas.. como siempre

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  5. fuerte pero interesante, espero la parte 5, sigue escribiendo

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  6. sigue escribiendo por favor! Necesito saber como continúa la historia :(
    Y gracias por crear historias como estas, eres genial.
    Besos.

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  7. porfavor continúa! :( Entiendo que tienes cosas que hacer y tal, pero por lo menos di si as abandonado la historia o si solo es un parón. Porfa.
    Saludos.

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